martes, julio 29

EL MOTEL DEL BARRIO BRASIL


EL MOTEL DEL BARRIO BRASIL





Veníamos de tomarnos unas copas de champaña, alguien nos gritó “ay, el amor” en tono burlón y tú te enojaste. Nos preguntamos qué hacer ahí entre ese Barrio Bellavista un día de semana. Estaba bebido y dije si acaso íbamos a un motel, sabiendo que me dirías que no. Y creo que fue el completo que nos comimos y ese grito en la calle los que te hicieron repetir mi oración. Somos dos loquitas que leen a Foucault y que caminan por la calle con miedo, jugando a las escondidas mientras nos besamos, frustrados porque nadie sabe donde hay un motel barato donde podamos poner nuestras cloacas. Porque tus padres no saben que esa voz es porque piensas como mujer y lo de mujer es porque tú eres una fémina clásica, maternal, que se hace un sándwich en la mañana y no se lo come y además va a marchas pro-anticoncepción.
Entramos a un local gay, la gente sabe que queremos follar, se nota en nuestras caras. Dimos varias vueltas, no teníamos 17 lucas para pagar ese motel, hasta que no aburrimos y tomamos una micro donde nos sentamos al fondo y nos comenzamos a besar. A esa hora sólo habían trabajadores de sueldo mínimo cabeceando en el bus esperando llegar a sus casas y sin poderse calentar porque no tienen tiempo para follar. No hablamos de lo nuestro porque no tenemos nada, queremos ser de todos, aunque tú me digas que no puedas besar a otros porque me quieres, yo sé que podrás y pareciera que estoy seguro de que la prostitución es la evolución del hombre.
Yo te decía que tenía frío porque era pasada la medianoche, que estaba muy ebrio, que nos fuéramos a mi casa y dijéramos que eras un compañero de curso, entonces llegamos a un motel en Cumming donde una peruana me abrió la puerta y me dijo el precio y yo le dije que sí, pero cuando te vio sin senos turgentes hizo un no con la boca, como si algo estuviera mal en tu rostro. Y dije bueno y me reí porque me discriminaba una inmigrante. Lo que importaba era que tenía unos condones sabor a menta, que sería tu primera vez haciendo el rito penetrativo y yo no estaba seguro de cómo lo haría.
Dimos vueltas y llegamos a un hostal que parecía una casa de clase media-baja. Nos abrió una señora de pelo mal teñido, con cara de beber mucho café para mantenerse despierta, con cara de que los hijos no la querían o la habían hecho sufrir mucho. Sólo 8 lucas la noche, tú pagarías porque tú trabajabas y yo no, yo me dedicaba a hablar de política en las sala de clases. Dejé mi carnet y la señora nos habló de lo que nos ofrecía ese hogar de madera y flores color tierra, camas de dos plazas con fundas floreadas por todo fluido y una televisión del año 92. No importaba esa precariedad, tampoco quienes podrían haber estado la noche anterior en esa pieza con baño personal, quizás un hombre casado con una puta, quizás un inmigrante sin trabajo, no importaba. Tampoco la lava del volcán que aparecía en la cajita delirante, sólo quería saber como era verte pequeña desnuda y abrazarte y aguantarme las ganas de decirte que me digas obscenidades o que me muerdas sin que te fueras o me mirarás.
Tú pene era una callampa, de verdad, no como mi pene que es como una manguera. Me asustó que fuera tan gruesa su punta. Era mi primera vez en un motel, pero me sentía como en mi casa mientras te lamía la entre pierna sin que me terminaras golpeando porque te da risa, porque nunca nadie te había lamido ahí. Y te digo que estoy feliz, que me siento como en esos hoteles de paso de películas gringas donde siempre terminan matando a los protagonistas y tú no dices nada, sólo disfrutas. Me callo.
Arriba tuyo, abajo, de pie, que me metas tu dedo, intento metértela, te digo que estoy demasiado curada, eyaculaste en mi cara, tanto que me dio envidia. Gemías como si tuvieras un orgasmo de treinta minutos mientras eyaculabas. Te sentías pleno, mientras yo estaba acostumbrado a irme rapidito con mi semen, en una sala de profesores, en un baño o en mi casa viendo un porno de dos minutos. Nos lamimos harto, pero no me dejaste lamerte el culo, creías que me daría hepatitis, yo no tenía ánimo de educarte. Quizás me abrumó lo feliz de ese momento, que no se me parara, creo que te dije que tenía sueño y me quedé dormido.
Al otro día tú ibas al trabajo y yo a la universidad. En nuestra pieza no había ventana, así que no notamos cuando salió sol, en esa pieza siempre era de noche. Entonces nos dimos una ducha de agua helada porque no supimos encender el calefón, el piso estaba mohoso. Te sequé mientras tiritabas. Te presté mi pasta de dientes, te lavé el culo, el pene, los ojos, quise ser bueno porque pensé en no verte nunca más en la cama. Te podía ver como meabas y eso me hacía feliz, ponerte incómodo me ponía feliz.
Los condones sin semen los botamos. No ordenamos la cama y apagamos la tele y su matinal maternal. Fuimos a buscar a la señora que nos atendió, tuve que despertarla. Te veías lindo con el pelo mojado. La señora fue a buscar el vuelto y nos dijo que esperáramos. Yo te besé y dije que por qué no comenzabas a investigar que había en el Motel. Me metí a una pieza esperando que me acompañaras y me decías que no hiciera eso, que en cualquier momento llegaba la señora.
Esa noche había soñado que follaba en un auto, no eras tú quien tenía esa cintura de delgada que ponía sobre el manubrio. Mientras caminábamos por Santiago de día, como amigos, me dijiste que gemí toda la noche, que trataste de despertarme pero no pudiste, que te molestó mucho que no despertara. Yo te dije que esos gritos nocturnos eran porque había soñado contigo.

domingo, julio 6

Después de Terminar



DESPUES DE TERMINAR




Sí, hace días no le hablaba por chat o por teléfono. Quizás me dio pavor verme en una relación, porque no quiero que me exijan nada. No quiero dependencia, tampoco llamados nocturnos enamoradizos, inacabables, donde el “te quiero” es un sinónimo de un “me siento solo”. No le diré chancho, ni chanchi en la casa, ni en la heladería, le diría que es mi cholita y sólo cuando me meta su dedito y el otro en el ano que se expande porque está hecho para eso y para nada más, hasta que me pregunte tímida y mistral “¿te duele?” y luego me diga como si fuera una escena de Lynch que me tocó algo raro, como con pliegues.
Entonces, en ese caso, yo sería el monstruo, me basta con comerme las uñas y tener una espinilla en mi nariz y me convierto en un alien. Así que cuando llegaste me diste una revista, hablaste de cosas banales que se notan mucho cuando uno ama y me diste una caluga de menta, quizás porque pensabas que nos podríamos besar en un ratito más y porque tú siempre vienes del trabajo, desaseado, cansado, alegando y yo sólo atino a mirar para otra parte. ¿Verdad?
No, no es tan así. Me doy cuenta de que tú eres un ángel, eres buena conmigo, que me traes tortas y me compras lubricante, que contigo me gustaría tener un hogar. Entonces recapacito. En esos momentos te digo que me quiero casar contigo. Y eso te dije ese día, pero después de que te dijera que quizás me había aburrido de ti, de negarte a cambiar esa forma tan virginal y normal de ver la vida: querer pareja única, exigir palabras de cariños, pedir llamados de teléfono, de pelear en las mañanas. Así que tú no me sirves, yo necesito un compañero atrevido, algo así te dije. Aunque apenas lo verbalicé, me retracté, para que notaras que no era nada serio. Tal vez dije que mejor no nos viéramos más porque no quería involucrarme más contigo.
Hablaste, me diste la razón, no te opusiste, tampoco te fuiste llorando como esperaba. Eso estuvo mal, mal, mal. Luego te pedí un beso de despedida y me corrías la cara. Te crees digna, digna, te haces la digna ¿para qué?, eso me molesta, te dije y me acuerdo de eso como si tuviera una grabadora en mi cabeza. ¿Y si nos juntamos para follar algún día?, insistí. Bueno, dijiste sin mirarme a los ojos. Luego caminamos hasta la puerta de la Universidad, sin hablar, tristes, maracos. Me sentí libre ¿sabías?
Era mi primera vez en una toma. No estaba de acuerdo con ésta. Para mí, era un asunto de niños jugando a la casita. Eran las 12 de la noche de un día viernes, acababa de comer un arroz grumoso de una olla común. Acaba de terminar una relación abierta, hace un poquito. Le conté a una amiga y me dijo que era el ser más malo, que seguro mi pobre “amigo con cover” se había suicidado en la esquina. Y me preguntó por qué, por qué, tantas veces que parece que no supe responder, y me dijo “¿quizás no lo querías?”, sí, le respondí para que no preguntara más.
Bebí mi café en un vaso sucio. A mi amiga le dije que estaba mal, que cómo se metía con ése espécimen de hombre. En la vida he encontrado dos tipos de solteras y solteros pasivos: las prejuiciosas y las desprejuiciadas. Las prejuiciosas tienen un modelo de hombre que les gusta, velludos o rubios, gordos o intelectuales, ellas hacen sus márgenes y eso las mueve por la vida.
Yo y mi compañera estamos en el grupo de las desprejuiciadas: tenemos hombres ideales, pero nos sabemos también flexibles, es decir, al fin de cuentas follaríamos con cualquiera. Eso sí, ese “cualquiera” pide como mínimo no meterse con un tipo que tenga muchos fealdades, o sea puede ser gordo pero debe tener linda cara o puede tener fea cara pero que tenga un estómago sin grasa.
Yo estaba libre. Callado, con ganas de lamer vergas.

sábado, julio 5

Manifiesto Lesbiano



Me gustan las mujeres y soy gay:

MANIFIESTO LESBIANO



Escribo este neo-ensayo no porque he tenido mal sexo con hombres, no porque no haya sentido placer al sentir el semen de otro en mi cuerpo. Este manifiesto es y no es producto de una noche de sexo en que la ebriedad impidió que se me erectara el pene y a pesar de eso tuve sexo -y sentí placer-, es y no es producto de mi gusto de jugar a la casita y hablar de amor con mis amigas.
Ser lesbiano es muy distinto a ser lesbiana. Mi lesbianismo es simultáneo a la construcción de mi identidad gay. En un momento lo consideré un apéndice, pero el gesto de este escrito es legitimarlo en su relevancia sin querer la crítica de un sistema normativo de los cuerpos y deseos. Puede que este neo-ensayo sea parte de una ficción, pero por lo menos no es un sueño. Advierto que la siguiente es una lectura gay de lo femenino, de un gay que no pretende derrocar la ficción del patriarcado y sus producciones misoginias en torno a la mujer, porque valora el rol estratégico de este espacio legitimador de cuerpos. Esto no aísla la posibilidad de crítica en este plano.
Judith Butler realizó una crítica a la rigidez de las normas que constituyen las identidades heterosexuales. Para esta teórica los géneros son instituciones débiles, sus leyes se prestan a la parodia. Para la parodia del género da como ejemplo las identidades masculinas del ser mujer (butch o camiona) o la feminización del género masculino (drag-queen). Actualmente la legitimación de las identidades heterosexuales y GLBTTI (gay, lésbica, bisexual, transexual, transgénero e intersexual) parecieran tener pertinencia sólo en el plano político cuando se reivindican ciertos derechos o historias de estas individualidades colectivas. Yo, como maricón veinteañero y activista de la disidencia sexual, soy testigo de cómo en la cotidianidad, el género tiende a ser cuestionado, más aún si tu entorno se encuentra con un desviado sexual asumido y a quien, de alguna forma, se le debe incluir al sistema. Se crean figuras para institucionalizar en apariencia a gays o a lesbianas; figuras en la opinión pública que los relacionan a veces a actos delictuales, de pedofilia o relacionados con el espectáculo.
Soy espectador de un acto lastimoso donde los gays se humillan para ser aceptados por los otros, donde se cree que todos nuestros derechos están siendo respetados, que somos aceptados, justamente porque pareciera que no pasa nada. Pero en realidad somos omitidos, obviados por la política oficial y porque ni a los políticos de izquierda les interesa la muerte de un transexual a manos de homofóbicos cholos neonazis..
Lo anterior lo dije porque no me basta ser gay, porque al decir que soy gay es sólo una afirmación construida para que los otros no-desviados, los que tienen la “verdad”, me acepten. ¿De qué me sirve decir que soy gay? Sino que sólo para: 1) evitar mi muerte por una existencialidad depresiva que no me deja saber quien soy; 2) legitimarme frente a otros grupos y así mismo sentirme parte de un grupo de personas que consume una identidad y tiene una historia común; 3) limitar mi sexualidad a ser pasivo, activo o “moderno” en la cama; 4) restringir débilmente mi identidad sexual o género fallido al prohibir que folle con mujeres, ya que esto sí que sería una aberración (mito de la bisexualidad) a menos que me asuma como hetero y corrija mi desviación. Para este manifiesto sirve destacar el hecho de la restricción. De cómo esta se pone en práctica en la sexualidad del gay con la prohibición de involucrarse con alguien que no es correspondiente al “deseo sexual”. Justamente el psicologista y hasta romántico concepto pop de “deseo sexual”, al referirse a la sexualidad homo u hetero, se erige como un teorización unidimensional del erotismo. Cuando los deseos se plantean como múltiples y a veces hasta contradictorios, estamos en frente a una imposibilidad que pone en crisis el sistema positivista. Los cuerpos que afloran con una multiplicidad de deseos se convierten en cuerpos abyectos que se deben corregir. Por esto, afirmar que uno es “gay” produce una serie de relatos en torno a cómo follar, una pequeña producción imaginaria donde lo importante es que un hombre penetre a otro y eso. Y finalmente es importante cómo a un gay se le considera sólo el amigo de la mujer, como una relación de madre e hijo donde no es posible pensar en la posibilidad de incesto.
¿Pero qué sucede cuando la subjetividad descubre que no basta con ser gay? ¿Qué sucede cuando la integridad de mi deseo erótico no es tan coherente como podría ser? Todo puede partir por negación, porque no soy un gay que disfrute del sexo fálico, que guste del pene y la penetratividad de éste. Prefiero lamer el cuerpo, las axilas y por sobretodo las nalgas, porque soy un fan del sexo anal. Pero para dilatarlo no es necesario un pene siempre ¿no es cierto? No es necesario tener que sentirte como la mujer frígida que debe soportar a su marido encima, no basta con un hombre que se masturba con su mano o tu esfínter repitiendo un acto onanista. El sexo es poner en práctica la sexualidad, pero la sexualidad no se debe limitar al sexo, ni tampoco al mercantilizado término placer. Poner en práctica la sexualidad está en directa relación con nuestra forma de relacionarnos con otros: con nuestros actores favoritos, nuestra personalidad, la historia de vida.
Volviendo a la teoría postfeminista, esta corriente realizó una crítica a los grupos de mujeres autónomos, por ejemplo, porque su radicalidad políticamente correcta en términos del concepto de revolución defendía un concepto muy puro, íntegro e ideal de ser mujer, obviando la permeabilidad de las sexualidades. Si considero además la afirmación de Monique Wittig acerca de que “las lesbianas no son mujeres”, ya que su sexualidad no está en función de un sistema heterosexual reproductivo, entonces parodiar la normatividad en la mujer, las restricciones impuestas por discursos políticos entorno al cuerpo femenino, sirve para liberar y masificar las necesidades de los cuerpos con vagina. Comprobar la performatividad del concepto de género femenino (esto quiere decir hacer hincapié en la falencias y producciones de una cita en torno al ser femenino realizada en un contexto distinto del predispuesto por la sociedad) ayuda concebir un cuerpo más promiscuo, menos puro, y por ende un cuerpo que está relacionado con otros cuerpos e identidades, es decir, aceptar la imposibilidad del género casto al socializarlo.
En este punto recién es pertinente salir del clóset por segunda vez y afirmar que soy lesbiano. Recalco que me autodenomino lesbiano, no lesbiana. ¿Cuál es la diferencia? Podría decir que la diferencia es que no soy mujer, cuestión que sería en cierto sentido una falacia porque dentro de la amplitud del género femenino yo, como gay-femenino y ser anti-patriarcal, me apropio de muchas actitudes que me asemejan a este magno género, es decir que me hacen mujer sin alcanzar lo travesti o lo drag-queen. Entonces yo soy lesbiano porque me gustan las mujeres, mujeres que no necesariamente deben tener vagina, ser feministas o de izquierda. Como la teoría de género lo hace, considero a la mujer como, entre otras propiedades, como una adscripción a ciertas conductas, relatos o formas de ser de una persona relacionados en un primer momento por personas de un sexo determinado pero que luego la teoría queer ayudó a poner en crisis al instalar la intersexualidad y la transexualidad como figuras que parodian el género. Para resumir, el ser lesbiano se erige en la siguiente y alucinante contradicción: me gustan las mujeres y soy gay. Me admito como un obsesionado con la cultura de la mujer, sus relatos, aficiones e historias de dolor, además de su relación profunda -en el mayor de los casos- con el mundo de lo privado. Y el punto es que puedo considerarme y actuar como mujer sin disfrazarme de ésta. Por otra parte, el hecho de que ser lesbiano no sea considerada una identidad como tal, sino como mera ficción, cierta irrealidad propia de una loca hilarante, le otorga ese carácter revolucionario por la dificultad que tendrán los discursos legales de apropiarse de ésta.
En la práctica y desde mi subjetividad, elaboré una pauta para ser lesbiano. Para identificar que tan lesbiano es usted, corrobore que tan ciertas son las siguientes afirmaciones en su cotidianeidad:
• Soy un gay al que le gustan las mujeres. Esta afirmación determina el carácter bi-identitario de este concepto, ya que se debe ser lesbiano y gay simultáneamente. • Alucino con el cosmos de lo femenino elaborado por las industrias culturales. Consumo productos de mujer y participo en actividades típicas de lo femenino. Por ejemplo: prefiero bailar antes de jugar fútbol, prefiero una película de amor a una de acción, soy fan de Carla Bruni y Lady Di, me saco bellos del rostro con pinza, prefiero el vino antes de la cerveza.• He tenido sexo sin penetración de pene. • No soy un gay que se dedique a mirar paquetes.• El pene no es mi parte preferida del cuerpo masculino.• No soy misógino y estoy abierto a tener relaciones sexuales con mujeres lesbianas o heterosexuales o bisexuales.• Detesto los ghettos gays como las discos gays, los barrios gays, las tiendas gays y las series de televisión para gays.• Prefiero que me penetren a lamer un pene.• Me llevo mejor con las mujeres heterosexuales que con los hombres heterosexuales.• Tengo más amigas mujeres que hombres.• Me gusta cocinar.