EL MOTEL DEL BARRIO BRASIL

Veníamos de tomarnos unas copas de champaña, alguien nos gritó “ay, el amor” en tono burlón y tú te enojaste. Nos preguntamos qué hacer ahí entre ese Barrio Bellavista un día de semana. Estaba bebido y dije si acaso íbamos a un motel, sabiendo que me dirías que no. Y creo que fue el completo que nos comimos y ese grito en la calle los que te hicieron repetir mi oración. Somos dos loquitas que leen a Foucault y que caminan por la calle con miedo, jugando a las escondidas mientras nos besamos, frustrados porque nadie sabe donde hay un motel barato donde podamos poner nuestras cloacas. Porque tus padres no saben que esa voz es porque piensas como mujer y lo de mujer es porque tú eres una fémina clásica, maternal, que se hace un sándwich en la mañana y no se lo come y además va a marchas pro-anticoncepción.
Entramos a un local gay, la gente sabe que queremos follar, se nota en nuestras caras. Dimos varias vueltas, no teníamos 17 lucas para pagar ese motel, hasta que no aburrimos y tomamos una micro donde nos sentamos al fondo y nos comenzamos a besar. A esa hora sólo habían trabajadores de sueldo mínimo cabeceando en el bus esperando llegar a sus casas y sin poderse calentar porque no tienen tiempo para follar. No hablamos de lo nuestro porque no tenemos nada, queremos ser de todos, aunque tú me digas que no puedas besar a otros porque me quieres, yo sé que podrás y pareciera que estoy seguro de que la prostitución es la evolución del hombre.
Yo te decía que tenía frío porque era pasada la medianoche, que estaba muy ebrio, que nos fuéramos a mi casa y dijéramos que eras un compañero de curso, entonces llegamos a un motel en Cumming donde una peruana me abrió la puerta y me dijo el precio y yo le dije que sí, pero cuando te vio sin senos turgentes hizo un no con la boca, como si algo estuviera mal en tu rostro. Y dije bueno y me reí porque me discriminaba una inmigrante. Lo que importaba era que tenía unos condones sabor a menta, que sería tu primera vez haciendo el rito penetrativo y yo no estaba seguro de cómo lo haría.
Dimos vueltas y llegamos a un hostal que parecía una casa de clase media-baja. Nos abrió una señora de pelo mal teñido, con cara de beber mucho café para mantenerse despierta, con cara de que los hijos no la querían o la habían hecho sufrir mucho. Sólo 8 lucas la noche, tú pagarías porque tú trabajabas y yo no, yo me dedicaba a hablar de política en las sala de clases. Dejé mi carnet y la señora nos habló de lo que nos ofrecía ese hogar de madera y flores color tierra, camas de dos plazas con fundas floreadas por todo fluido y una televisión del año 92. No importaba esa precariedad, tampoco quienes podrían haber estado la noche anterior en esa pieza con baño personal, quizás un hombre casado con una puta, quizás un inmigrante sin trabajo, no importaba. Tampoco la lava del volcán que aparecía en la cajita delirante, sólo quería saber como era verte pequeña desnuda y abrazarte y aguantarme las ganas de decirte que me digas obscenidades o que me muerdas sin que te fueras o me mirarás.
Tú pene era una callampa, de verdad, no como mi pene que es como una manguera. Me asustó que fuera tan gruesa su punta. Era mi primera vez en un motel, pero me sentía como en mi casa mientras te lamía la entre pierna sin que me terminaras golpeando porque te da risa, porque nunca nadie te había lamido ahí. Y te digo que estoy feliz, que me siento como en esos hoteles de paso de películas gringas donde siempre terminan matando a los protagonistas y tú no dices nada, sólo disfrutas. Me callo.
Arriba tuyo, abajo, de pie, que me metas tu dedo, intento metértela, te digo que estoy demasiado curada, eyaculaste en mi cara, tanto que me dio envidia. Gemías como si tuvieras un orgasmo de treinta minutos mientras eyaculabas. Te sentías pleno, mientras yo estaba acostumbrado a irme rapidito con mi semen, en una sala de profesores, en un baño o en mi casa viendo un porno de dos minutos. Nos lamimos harto, pero no me dejaste lamerte el culo, creías que me daría hepatitis, yo no tenía ánimo de educarte. Quizás me abrumó lo feliz de ese momento, que no se me parara, creo que te dije que tenía sueño y me quedé dormido.
Al otro día tú ibas al trabajo y yo a la universidad. En nuestra pieza no había ventana, así que no notamos cuando salió sol, en esa pieza siempre era de noche. Entonces nos dimos una ducha de agua helada porque no supimos encender el calefón, el piso estaba mohoso. Te sequé mientras tiritabas. Te presté mi pasta de dientes, te lavé el culo, el pene, los ojos, quise ser bueno porque pensé en no verte nunca más en la cama. Te podía ver como meabas y eso me hacía feliz, ponerte incómodo me ponía feliz.
Los condones sin semen los botamos. No ordenamos la cama y apagamos la tele y su matinal maternal. Fuimos a buscar a la señora que nos atendió, tuve que despertarla. Te veías lindo con el pelo mojado. La señora fue a buscar el vuelto y nos dijo que esperáramos. Yo te besé y dije que por qué no comenzabas a investigar que había en el Motel. Me metí a una pieza esperando que me acompañaras y me decías que no hiciera eso, que en cualquier momento llegaba la señora.
Esa noche había soñado que follaba en un auto, no eras tú quien tenía esa cintura de delgada que ponía sobre el manubrio. Mientras caminábamos por Santiago de día, como amigos, me dijiste que gemí toda la noche, que trataste de despertarme pero no pudiste, que te molestó mucho que no despertara. Yo te dije que esos gritos nocturnos eran porque había soñado contigo.