Mis amigos los heteros
Hace poco aprendí que los filósofos son buenos psicólogos, te generan más confianza que un psicólogo porque son más honestos, se sustentan en el hombre y no en una ciencia mariconcita. (okay los adjetivos son culpa de un libro de Lemebel que acabo de escribir) Un amigo que estudia filosofía me dijo que yo era un ser gay por esencia y que por casualidad me llamaba Cristian Cabello. Esto después que hubiésemos terminado hablando, junto a su pareja y amigos, sobre las cosas que te hacen maricón, el sexo anal y cualquier temita fuera de lo común; en síntesis, los mismo diálogos que debo esgrimir cuando me junto con heterosexuales ociosos.
Esto se lo dije al pololo de una amiga hace poco. Luego él me habló del punto “G”, tema sobre el cual me reconocía un escéptico. Lo había visto en revistas de mujeres insatisfechas sexualmente. Él, mientras su polola estaba sirviéndose un trago, se adueñó del mismo block de dibujo que ocupó un poco antes para dibujarme de frente y para dibujar a su novia. “Tu estilo es más oriental”, le dije yo mientras observaba los trazos cada vez más detallados de mis ojos y pelo enrulado. Me hizo darme cuanta que tenía facciones algo duras y un rostro ancho. Ahora dibujaba un culito normal y unas piernas algo anchas pertenecientes a un hombre, pero para nada musculoso. Pensé que quizás se inspiraba en él mismo.
“Este es el recto”, me dijo, dibujando una longaniza al interior. Como si fuera un maestro del Kamasutra alternativo me explicó que debía recorrer aproximadamente 3 centímetros desde mi ano hasta alcanzar la parte posterior de la próstata y “ahí, esperas unos segundos y eyaculas de inmediato”. Éste era el punto G. Le dije que llegaría a mi casa a conocerlo y él como un charlatán del sexo repitió: “es verdad, eyaculas altiro”. Okay.