viernes, julio 20

Mis amigos los heteros

Mis amigos los heteros


Hace poco aprendí que los filósofos son buenos psicólogos, te generan más confianza que un psicólogo porque son más honestos, se sustentan en el hombre y no en una ciencia mariconcita. (okay los adjetivos son culpa de un libro de Lemebel que acabo de escribir) Un amigo que estudia filosofía me dijo que yo era un ser gay por esencia y que por casualidad me llamaba Cristian Cabello. Esto después que hubiésemos terminado hablando, junto a su pareja y amigos, sobre las cosas que te hacen maricón, el sexo anal y cualquier temita fuera de lo común; en síntesis, los mismo diálogos que debo esgrimir cuando me junto con heterosexuales ociosos.


Algo me enternece en las preguntas a veces tímidas de los chicos hetero cuando dicen: “¿y te duele mucho?”. Yo esquivo la pregunta, no afirmo, adelanto los sucesos, evito tocar el tema de mi primera penetración dentro de un baño a oscuras, después de un carrete, y digo que “sí, me di cuenta que dolía cuando me senté, pero disfrutaba que me doliera y daba unos saltos sobre mi cama para comprobar que ya no era virgen”.


Esto se lo dije al pololo de una amiga hace poco. Luego él me habló del punto “G”, tema sobre el cual me reconocía un escéptico. Lo había visto en revistas de mujeres insatisfechas sexualmente. Él, mientras su polola estaba sirviéndose un trago, se adueñó del mismo block de dibujo que ocupó un poco antes para dibujarme de frente y para dibujar a su novia. “Tu estilo es más oriental”, le dije yo mientras observaba los trazos cada vez más detallados de mis ojos y pelo enrulado. Me hizo darme cuanta que tenía facciones algo duras y un rostro ancho. Ahora dibujaba un culito normal y unas piernas algo anchas pertenecientes a un hombre, pero para nada musculoso. Pensé que quizás se inspiraba en él mismo.


“Este es el recto”, me dijo, dibujando una longaniza al interior. Como si fuera un maestro del Kamasutra alternativo me explicó que debía recorrer aproximadamente 3 centímetros desde mi ano hasta alcanzar la parte posterior de la próstata y “ahí, esperas unos segundos y eyaculas de inmediato”. Éste era el punto G. Le dije que llegaría a mi casa a conocerlo y él como un charlatán del sexo repitió: “es verdad, eyaculas altiro”. Okay.

domingo, julio 8



Un departamento para sexo-express
Hombres indecisos

Nunca he entendido por qué hay tantas ópticas en la calle Mac-Iver. Sólo sé que sirven de camuflaje para el ‘edificio del sexo’. En un ambiente plagado de oficinistas y treintenos calientes de ver una chica inmigrante ilegal en tanga a dos metros de distancia, hay una sala de puerta roja, en el tercer piso del edifico, donde llegan, más de una vez al día a veces, hombres casados, poetas, estudiantes de gastronomía, ex-carabineros y dos estudiante de periodismo de la Universidad de Chile para analizar cómo se relacionan los hombres en un Cine Porno Gay.


Cristian Cabello
Quien te abría la puerta era Pablo, que no media más de un metro cincuenta y no tenía problemas en hablar de su trabajo y hasta de su vida privada. Era inmigrante peruano ilegal, gay, trabajaba doce horas seguidas encerradas en una casilla que hacía de boletería, su almuerzo muchas tardes consistía en un completo con bebida y tenía un carisma coqueto con los clientes. No tenía pareja, no se involucraba sexualmente con sus compañeros y todas las tardes hablaba con su mamá del Perú por teléfono. No le acomplejaba trabajar en un lugar ‘ilegal’ donde los hombres además de ver películas, aprovechaban para tener relaciones sexuales. Me contó que muchas veces tenía que pedir silencio al mariconcito que estuviera gimiendo.

La boletería estaba separada por una cortina con la sala de “cine”, que en realidad era un departamento con muchos sillones en filas paralelas y una proyección de porno sobre la pared blanca. Se trataba de un departamento amoblado para ser cine prono ilegal. La primera vez que fui, me acompañó un compañero de grupo que me gustaba más que como amigo; fue una mala idea: nos reímos de la posiciones de los actores, nos abrazamos, él me dibujo en su cuaderno de apuntes y como dos novatas del sexo-express sentimos mucho miedo de los hombres y decidimos irnos pronto.

Reconocimos que había todo un rito de seducción, en sus términos más “cachondos”, en el cine porno. Los hombres se paseaban por el pasillo o se detenían en el umbral para mirar las carnadas que hacían como que veían la película titulada Brazilian Boys. Jóvenes y viejos, viejos y oficinistas, locas y musculosos se miraban por un momento y luego, cada uno por su camino, desaparecían en una puerta para reencontrarse en el cuarto oscuro. Pablo me confesó que cuando limpiaba el lugar se encontraba condones utilizados y una vez hasta una zanahoria.

La segunda vez que asistí al cine, fue con una compañera de grupo. Como no permitían el acceso de mujeres en el cine porno, la disfracé de hombre: gorro, pantalones, polerón y algo de barba. Entrevistamos a quienes salían de la sala, les recalcábamos que era anónimo, un mero trabajo de observación, pero que eran importantes sus testimonios. Uno de mis entrevistados favoritos fue un hombre de cincuenta años que me dijo que se dedicaba sólo a mirar. Tenía una enorme sonrisa en su rostro, estaba feliz, con mucha convicción dijo que estaba de acuerdo con la existencia de este ‘tipo’ de lugares. Además de conocer hace poco el cine sin nombre, tenía dos hijas y trabaja como Corredor de Propiedades. Luego, una señora que parecía ser la administradora nos echó, quizás por temor a que fuésemos espías.
Mayo 2006